Qué hacer con los dioses nativos

 Cuando Roma pisa la península lo hace en una zona ibérica profundamente aculturada por otras gentes del Mediterráneo, un país regado de cultos y costumbres que al romano le resultan conocidos y en parte familiares, cosas que en nada le sorprenden y apenas le rechazan. Pero no ocurre lo mismo en el área indoeuropea, donde un nutrido panteón de dioses autóctonos y extraños pronto ofrecerá terca resistencia a esa tropa de deidades romanas emergentes que pretende destronarlos. Tres siglos de resistencia. Una lucha agónica que acaba relegando a estos dioses nativos mediante derribo, relevo o mestizaje (fenómeno éste al que llaman sincretismo). Pues así quedó la cosa para aquellos dioses desgraciados, hasta ahora... Porque ahora, tras casi dos milenios olvidados pretendemos si no ya despertarlos al menos conocerlos. Se trata de poner a cada uno en su lugar. Y visto que al efecto precisamos situarlos los tenemos ya dispuestos aquí sobre la mesa, una amontonada colección de dioses que debemos ordenar. Procedemos pues a elaborar una clasificación por atributos, un sistema que permita establecer el rango y el lugar que ocupa cada uno dentro de su árbol mitológico, un orden que en suma ya esclarezca la imagen de este Olimpo. Y nos ponemos a ello. Pero hete aquí que pronto nos topamos con dos grandes problemas: nuestro limitado conocimiento sobre el sentido y el calado de dichos atributos, y la dificultad de asociar deidades variadas de pueblos diferentes. Todo un laberinto. Vamos, que ante este panorama recurrimos a ordenar la nómina de dioses atendiendo únicamente al nivel de implantación que ofrezca cada uno, y punto. Por eso hablamos de dioses locales, dioses supra-locales y dioses supra-regionales, categorías que solapan a su vez un orden etnográfico que remite en paralelo a una gens o población (p.ej. Caurium), a una etnia o pueblo (p.ej. astures), o a más de un pueblo (p.ej. vetones, lusitanos y galaicos).                                                                                                                                        

Para hacernos una idea y tomando a nuestros dioses más nombrados, Endovélico y Ataecina, éstos quedarían respectivamente incluidos en los ámbitos local y supra-local. Sin embargo otros de categoría supra-regional presentes en varios pueblos y territorios, como Munis, Reue, Bormanicus, Bandue, Cosus, Epona o Lucobus, apenas nos resultan conocidos. Por supuesto serán más numerosos aquellos que se ajustan al ámbito local, aunque también las otras divisiones contienen ejemplos abundantes. Y ya con esto paso a presentar algún registro sobre cada una de las tres categorías.

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Deidades locales

 Aquí exponemos por ejemplo el caso de Abercicea, epíteto teonímico de una deidad femenina documentada en inscrip­ción epigráfica del pueblo salmantino de El Bodón. Se trata en este caso de un ara votiva usada como material de construcción para edificar la iglesia parroquial del pueblo, entre cuyos muros se encuentra actualmente empotrada. El ara presenta una inscripción latina que reza lo siguiente: [acer euri Abercicea v a l m]; de tal que informa sobre un voto por mérito ofrecido humilde y libremente a Abercicea por algún dedicante cuyo nombre no figura.

Esperando que el término Abercicea nos pueda decir algo observamos que contiene un radical ‘*ab-’ al que se atribuye significado de «curso de agua, río, corriente», una semántica que apuntaría al carácter fluvial de la diosa; esto es: se trata de una deidad de las aguas. El propio contexto nos refuerza luego esa impresión al constatar que el actual pueblo de El Bodón queda rodeado por el curso del río Águeda. Ya por fin y acudiendo al diccionario descubrimos que la RAE recoge el término «bodón» como un nombre común al que atribuye significado de «charca o laguna invernal que se seca en verano». De una u otra forma Abercicea no sale del agua.

Indagando ya más tarde en los estudios vemos que Rome­ro Pérez y Salinas de Frías señalaron para el término «Abercicea» la condición de epíteto con teónimo omitido de alguna diosa de importancia, para la que se han propuesto Nabia o Munis, deidades de tipo supra-regional con presencia entre vettones. Y aunque esto nos parece muy posible, al no poder asegurarlo mantendremos a esta diosa como advocación local: deidad por tanto de las aguas en una población de los vettones del Conventus Emeritensis. 

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 Otra deidad de ámbito local sería el dios Adiutor, curioso teónimo con significado latino de «ayudante»; aunque algunos autores rechazan esta advocación presumiendo que el verdadero teónimo recogido en el texto sería Danceroi, deidad en cualquier caso también desconocida. Ambos nombres figuran epigrafiados en inscripción rupestre de Penedo de Remeseiros, Vilar de Perdices, Vila Real, una inscripción sobre gran piedra en forma de mesa de altar ofrecida al dios por Callida, hija de Reburro, quien presenta petición mediante un texto que reza lo siguiente: […Allius Reburri rogo Deu Adiutorem in a c conducta con­seruanda si quis in a c conduc­ta p mici aut meis inuolauerit si r quaecunquae res at mii a s si l siquit ea res u s l u f Danceroi…]. Conforme a interpretación de Dopico y P. Menaut la dedicante ruega al dios que atienda a conservar sus prados y si los ladrones llegan a robarle algo les obligue a devolverlo. Parece así que Callida atribuía a este dios Adiutor, o Danceroi, propiedades de tutela sobre tierras y ganados, y atendiendo a su otra petición de reintegro de los bienes robados vemos que además le reconoce capacidad para impartir justicia.

Señalar que próximo al lugar del hallazgo se sitúa el santuario indígena de Pena Es­crita, en el Laraucus mons, donde figuran dos dedicaciones a Laraucus y otra más a Júpiter. Esta zona quedaría situada en territorio correspondiente a los turodi o a los bibali, pueblos ambos galaicos y sujetos a jurisdicción del Conventus Bracarum.

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 Deidades supra-locales (o regionales)

 Como ejemplo de ámbito supra-local podemos citar el caso de Candamius, deidad de las cumbres con presencia atestiguada en el territorio de los cánta­bros, de donde el dios procedería. Y aunque consta inscripción en zona galaica a un Iuppiter Candiedo, el texto ya declara que la misma es ofrecida por un cántabro de tribu salaeni.

Además de Candiedus, variante sobre una misma raíz temática, el dios figura como Candamius o Candamus en inscripciones epigráficas de Candanedo de Fenar, La Robla [ Iovi Candamio ], en Monte Cildá, Olleros de Pisuerga [ Iovi Deo Candamo Primula Reburr­ini lib l m ] y en Candela de Ferrar [Iuppiter Candamius].

Es evidente que el Candamio de Candanedo de Fenar alude a la deidad moradora del monte Candanedo, personificación del mismo, de hecho el monte consta en documentos medievales aún como «Candamo». Y esa misma atribución se daría en los demás. Por otra parte todas estas inscripciones nos informan que tanto Candamio como Candamo y Candiedo se encontraban ya inmersos en un proceso sincrético de asimilación al dios romano Júpiter, cuya morada también quedaba situada en las alturas.

Aunque se ha apuntado (M. L. Albertos) a una posible procedencia alternativa de la raíz indoeuropea ‘*kand-’ (brillar, ard­er) que pondría a esta divin­idad en relación con el rayo y justificaría igualmente su asimilación a Júpiter, creemos sin embargo que el teónimo vendría formado en base al término ‘canda’, voz de origen antiguo-europeo (o indoeuropeo occidental indiferenciado) con significado de “piedra o peñasco”, al que se añade un sufijo aumentativo ‘-mo / -mio’ (grande). Al respecto podemos constatar la existencia de una serie de topónimos del área indoeuropea formados a partir del tema ‘canda’ y correspondientes a lugares situados junto a peñas o roquedos: Candamo, Candanedo, Candeleda, Cantavieja, Candanal... Igualmente procederían de esta misma raíz antiguo-europea algunos de los nombres comunes con origen más antiguo: canto, candedo, cancho, canchala, gándara... Y ‘canda’ formaría asimismo parte de otros teónimos hispanos como Cantiicus, Candie­doni, Cantunae­cus, Candeberonius… y galos como Candidus, Candua, Cantismer­ta.

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 Otra advocación supra-local sería la del dios guerrero Aeiodaicinus, presumible deidad de las armas documentada en dos inscrip­ciones epigráficas votivas, una procedente de Hontangas [Aeiodaicino Tautia Martia V S L], en concreto de un corral del pueblo en el que aún se conserva, y otra de la ermita San Felices en Villafranca de Montes de Oca, ésta con teónimo abreviado Aius [Aio deo L Vale us Reburri f Rerrus uotum s uit l]. Ambas se sitúan en la provincia de Burgos mediando entre ellas 120 km, pero dado que comparten raíz se vienen considerando relativas a una misma deidad, por lo que incluimos a este dios Aeiodaicino en la categoría supra-local.

Aeiodaicinus contiene el radical indoeuropeo ‘*aios’ al que se atribuye (Pokorny) significado de “metal”, más concretamente “bronce” (latín aeris). A su vez la segunda parte ‘daicino’ se puede descomponer en ‘*dai / daio’ (dios) y ‘*genos’ (linaje); lo que muestra a una deidad extemporá­nea vinculada con el mundo de las armas… ¡de bronce! “El surgido del bronce” o “hijo del bronce” o “dios del linaje de bronce”, a elegir. En un sentido aproximado tendríamos ‘*ágyo-’ (combate) y ‘*dago-’ (bueno). Reforzaría esta atribución guerrera la procedencia del mismo Hontangas de otra inscripción votiva a Hércules [Herculi pro voto usor os], culto que además de apoyar el carácter guerrero de Aeiodaicino anunciaría su más que probable asimilación posterior a Hércules.

Tanto Aeiodaicinus como Aius proceden de ubicaciones incluidas en tiempo romano en territorio del Con­ventus Cluniensis, una entre arévacos y la otra entre turmódigos.

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  Deidades supra-regionales

 De ámbito supra-re­gional y probable carácter soberano tenemos a Trebarune, deidad con la que cerraremos el presente articulillo. Algunos autores interpretan a esta diosa como deidad guerrera em­parentada a Victoria, otros la consideran paredro del dios Reue y otros aun la presentan como diosa nacional de los igaeditani (Lambrino et alii). Sin descartar ninguna de esas tres atribuciones y teniendo en cuenta que Trebarune no presenta apelativos propios de gentilidades o topónimos, y por tanto sus funciones exceden ese ámbito, entiendo que se trata de una divinidad supra-regional de carácter supremo que recibe culto entre lusitanos y vettones.

En la zona lusovetona se documen­ta en inscripciones de Caurium [Crissus Talaburi f Aebosocelensis Tebaroni v s m l ], Augustobriga y Capera, en la provincia de Cáceres. También en Fundâo y Santo Do­mingos de Rana, Cascais [ Triborunni T Curiatius Ru­finus l a d ], así como en Lardosa, Penha García e Idanha a Nova [Trebaronna Protae Tancini f acer d s p mo G Fron Camal], éstas en Castelo Branco.

Sin embargo su mención más conocida proviene de la importante inscripción rupestre en lengua lusitana de Cabeço das Fráguas, en Pousafoles do Bispo, Sabugal (Guarda), dedicación que recoge una especie de souvetaurilia (sacrificio de cerdo, cordero y ternero machos) cuyo texto es el siguiente: […Oi­lam Trebopala indi porcom Lab­bo commaiam Iccona Loiminna oilam usseam Trebarune indi taurom ifadem Reve Tre …] Sobre esta diosa vendría a decir: «ove­ja del año para Trebarune». En esta inscripción aparece junto a otras dedicaciones a los dioses Reue, Labbus, Trebopa­la e Iccona Loiminna, y aunque algunos autores (Unter­mann y Búa Carballo) consideran que las únicas dei­dades consignadas en Cabeço das Fráguas serían Reue y Trebarune actuan­do en relación de paredría, el hecho sin embargo de figurar las deidades descartadas en otras inscripciones vendría a desarmar esa impresión. Para terminar apunto una propuesta de Alarçao que por contra me parece interesante: Trebarune sería una diosa soberana de primer nivel, esto es: deidad protectora de los lusitanos, en tanto que Reue lo sería a su vez de lusitanos, vettones, galaicos y astures.

Trebarune es teónimo compuesto a partir de la raíz céltica ‘*treb-’ (casa, linaje, pueblo) al que se añade una voz indoeuropea ‘rune/arune’ que podríamos emparentar con Arus, epíteto teonímico del dios guerrero Cosus y voz indoeuropea de carácter igualmente guerrero (p.ej. el griego Ares). Tendríamos así una diosa del «linaje guerrero».

Por otro lado tenemos la propuesta formulada por D’Arbois de Jubainville en relación a la voz germánica ‘rune’, cuyo sentido sería «oculto, privado, secreto». En este caso el teónimo Trebarune arrojaría un significado de «la del secreto de casa», «custodio oculto de la tribu» o sin ir más lejos «la cosa nostra». Esto asociaría a Trebarune nada más y nada menos que con la señera institución de la devotio, otorgando así a la diosa un carácter tutelar sobre pactos de sangre y juramentos, lo que no parece descabellado.

En otro sentido se manifiestan autores como Blanca M. Prósper, quien propone para ‘arune’ la voz indoeuropea ‘runis’ (arroyo), postulando así una relación semántica del teónimo con el mundo acuático que nos llevaría a «nuestra propia diosa de las aguas»; interpretación ésta que sin desbordar el sentido local de la raíz ‘treb-’ (casa, linaje, gens), al presentar sin embargo numerosas recurrencias por territorio de vettones y lusitanos permitiría respetar la categoría de deidad supra-regional que venimos asignando a esta diosa.

Pero con todo apostamos en suma por una condición polifuncional de carácter supremo, consideración que además de no excluir otras hipótesis nos presenta a Trebarune como una de las diosas principales del panteón hispano.

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 Pues éste sería el orden en que se viene clasificando esta nómina de los dioses nativos. La mayoría procede de hallazgos epigráficos redactados casi en exclusiva en alfabeto y lengua latinos, y de esas piedras poco más podemos arañar que cuanto se deduce del lugar del hallazgo, del propio nombre del dios consignado y del limitado texto que suele acompañarlo. Aun así contamos con una dilatada colección de cromos que no deja de animarnos a completar el álbum de este Olimpo hispano indoeuropeo.