En el marco de sus excelentes relaciones con la Curia, Franco logró tocar el cielo con las manos en el invierno de 1953. Desde la Santa Sede –entonces comandada por el Papa Pío XII- llegaron noticias extremadamente alentadoras: el concordato alcanzado entre el Vaticano y la dictadura franquista algunos meses antes estaría acompañado además por la entrega al dictador del collar de la Orden Suprema de Cristo, una distinción que premiaba los “singularísimos servicios” prestados a la Iglesia.
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