La libertad de imprenta del mundo occidental no se debe a los Padres Fundadores, ni a los próceres de la patria. Tampoco a los padres de la Constitución. Que se puedan publicar textos con palabras habituales en las puertas de los urinarios públicos es mérito de James Joyce. El escritor irlandés y su obra más importante, Ulises, fueron perseguidos durante años en virtud de una legislación que dejaba al arbitrio de asociaciones de fanáticos religiosos decidir qué era o no una obra obscena.
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