Le preguntas a Andrés Samaruc, que tiene un estudio en la localidad valenciana de Catarroja, si ahora mismo perforarse está más de moda que nunca y casi se le derriten los tatuajes y el metal de sus propios piercings. Se hace un silencio antes de su respuesta, que, cuando llega, duele como un pinchazo sin anestesia en lo más blandito del orgullo. «¿De moda? Eso podría decirlo mi suegra», aguijonea. Él, que lleva desde 2004 haciendo tatuajes y piercings y enseñando a aprendices estas artes, cree que considerarlos una moda es algo poco serio.
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