Tras la muerte del emperador Augusto, a su sucesor Tiberio le esperaba la difícil tarea de estar a su altura. Aunque fue un estratega prudente en el aspecto militar, nunca llegó a sentirse cómodo como gobernante. Su carácter huraño y errático dejó un pésimo recuerdo en las crónicas romanas y un apelativo nada halagüeño: "el más triste de los hombres".
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