En la antigua Grecia Sócrates tenía una gran reputación de sabiduría. Un día vino alguien a encontrar el gran filósofo, y le dijo:– ¿Sabes lo que acabo de oír sobre tu amigo? – Un momento, – respondió Sócrates – antes de que me lo cuentes, me gustaría hacerte una prueba, la de los tres tamices.
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