Las dos columnistas eran plenamente conscientes de que operaban como una especie de reino del terror y se enorgullecían de ello.Tenían chivatos en las farmacias, los bufetes de abogados, los platós y las peluquerías de Los Ángeles– de la adicción, el alcoholismo, el embarazo fuera del matrimonio o el adulterio de una estrella, lo usaban como arma para exigir a cambio una exclusiva publicable. Lideraron también la confección de la lista negra en tiempos del mccarthismo y la persecución de aquellos profesionales del cine considerados comunistas.
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