El despotismo ilustrado de Carlos III supuso el fortalecimiento del poder del monarca, el más apto para impulsar el progreso en una paradójica unión de absolutismo y liberalismo. Siguiendo a los fisiócratas franceses –economistas de mediados del Setecientos que defendían que la agricultura era la única fuente generadora de riquezas-, los ilustrados españoles abogaron por rentabilizar el campo colonizando y repoblando zonas factibles de ser cultivadas y que estaban siendo desaprovechadas.
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