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Pilar Miró no podía imaginarse, mientras rodaba las duras secuencias de El crimen de Cuenca en el verano de 1979, que su película iba a poner en jaque la transición. En un delicado momento, con los militares inquietos por una democracia que no les acababa de gustar, se convirtió en un alegato contra las torturas de la Guardia Civil, y eso no se podía aguantar. El largometraje narra un suceso de 1913, el drama provocado por un presunto crimen rural que determinados intereses deseaban resolver a toda costa, buscando culpables sin importar los
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