En esta época, los argumentos basados en las emociones tienen aparentemente más peso que las actitudes racionales. Hace años se puso de moda estar indignado, a partir de la publicación de un panfleto que tuvo éxito. Desde entonces, la indignación se convirtió en un argumento en sí mismo y se le dotó de una autoridad que anulaba cualquier discusión o matiz: si alguien estaba indignado, sin duda tenía razón y había que hacer caso a sus demandas. Ese desprecio al racionalismo se traduce en un desprestigio de la ciencia en la cultura popular
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