Súbitamente, a finales del siglo I d.C., un dios nuevo irrumpe en el Imperio romano con una pujanza extraordinaria: Mitra. Desde ese momento se manifiesta como un dios invicto, que ofrece a sus seguidores un nuevo marco para expresar sus inquietudes religiosas. Los espacios consagrados a él son distintos a los habituales, el culto se organiza con unos rituales novedosos y los fieles constituyen hermandades cerradas y muy jerarquizadas.
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