A finales de los ochenta las autoridades estadounidenses tenían con John Gotti un problema similar al que habían sufrido décadas atrás con Al Capone. Por las calles campaba a sus anchas el mafioso más célebre del país y aunque hasta el último paleto con acceso a una televisión sabía que Gotti era un criminal, no parecía existir la manera de que las autoridades pudieran meterlo en prisión. Su constante presencia en los medios, libre e impune, era una burla al sistema. ¿Dónde estaba el punto débil de John Gotti?
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