España tiene demasiada desidia con su pasado. Aceptamos frases hechas, paseamos avenidas con referencias al mismo y nada hacemos para recuperar la trascendencia de sus actores, como si esos acontecimientos fueran demasiado remotos, ecos antediluvianos grabados en piedra. Juan Prim podría ser uno de sus ejemplos supremos, y tampoco es necesario ir a nuestro tiempo para corroborarlo.
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