Sea como sea, el andaluz arrastra prejuicios: ahí están los “catetos”, “los graciosos”, los “pobres”, los “incultos”… el sonido de su acento provoca risa. Provoca que el mensaje no se tome en serio. Hay ahí una condescendencia clasista, incluso en los casos en los que la sociedad se ha encariñado con un andaluz a partir del humor. Los filólogos llevan décadas tratando de desmontar el tópico de que el español puro es el que se habla en Valladolid -y que el andaluz es un mal castellano-, pero su divulgación no surte efecto.
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