Tras la batalla de Manzikert (1071), en la que los selyúcidas derrotaron a las tropas bizantinas y llegaron a capturar al basileus Romano IV Diógenes, los turcos comenzaron la invasión de la península de Anatolia. En apenas unos años los bizantinos iban a perder su principal granero y la zona de reclutamiento de su ejército. El otrora poderoso Imperio bizantino debía pasar a la defensiva ante el empuje de los selyúcidas. Sintiéndose incapaces, no ya de recuperar el territorio perdido, sino de defender sus fronteras, pidieron ayuda al papa.
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