Los hombres tienden a sobrestimar su inteligencia y su atractivo. Por el contrario, las mujeres tienden a subestimar esos mismos rasgos. No sabemos si esos sesgos cognitivos son producto de la evolución, del funcionamiento concreto del cerebro o del contexto cultural (quizá todo esté relacionado entre sí), aunque se tienen algunas pistas bastante fundadas.
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