De riguroso frac, el director sube al podio y lee en su partitura: «Mover la batuta hasta que la música pare; luego, dar la vuelta y saludar al auditorio». El chiste es viejo pero efectivo. Muy pocas profesiones suscitan tantas sospechas sobre su necesidad y la idoneidad de quien la ejerce. Lo más curioso es que no solo los legos desconfían: son muchos los músicos de fila que apenas le conceden al director el talento de armar una buena agenda de conciertos y mejores vínculos con otras instituciones, incluso del mundo político.
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