Llegadas a Roma desde Grecia alrededor del año 200 antes de nuestra era, las bacanales pasaron de ser ritos secretos solo para mujeres —según la mitología helénica, dedicados a Dioniso, deidad inspiradora de la locura ritual, la embriaguez y el éxtasis— a convertirse en reuniones mixtas de desenfreno que se celebraban cinco días al mes en algún paraje boscoso del Aventino, uno de los siete montes que rodean a la ciudad romana.
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