En la primera mitad del siglo XIX, durante unas excavaciones arqueológicas en el antiguo asentamiento romano de Potaissa, en Rumanía, los trabajadores se toparon con un curioso artefacto: una estatua de bronce del estilo de las míticas esfinges que antaño custodiaban los caminos de la isla griega de Naxos. Sin embargo, esta esfinge había llegado mucho más lejos, hasta la provincia de Dacia, en la actual Rumanía central. Aún más intrigante que su origen era la inscripción grabada en sus lados.
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