En este escenario es cuando en una noche de la citada primavera de 1968 el autor de Aleluyah salió a la calle para aclarar las ideas. Tras recorrer diferentes locales con tristeza, reflexiones y soledad ante su futuro artístico, regresó al Chelsea a las tres de la madrugada. Un lobby desierto, y entró en un más bien renqueante ascensor. En su interior se encontró con una chica con el pelo asalvajado y ataviada de una forma aún más heterodoxa.
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