Creer que la filosofía aspira a ser una mera descripción de lo que sucede, a un tipo de tematización imparcial de lo cotidiano es algo ridículo. Como lo fueron las pretensiones heideggerianas que en la búsqueda de un pensamiento originario, que iba más allá de cualquier particularidad de pretensión “antropológica”, “psicológica”, o “ética” —éstas que él filósofo en su capítulo quinto de Ser y tiempo escribía—, proporcionaban para él tan sólo “fragmentos”, “análisis incompletos”, “provisionales” sobre el ser humano.
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