Desde una almena privilegiada de más de 20 metros de altura, la primera de las tres murallas que protegían desde hacía más de mil años a la capital del Imperio Romano de Oriente, las vistas no podían ser más desoladoras. La Iglesia de Roma no puede ni ver a los 'desviados' ortodoxos de aquella latitud oriental y hace todo lo que está en sus manos para que no tengan asistencia. Solo Aragón desafía al sultán Mehmed II.
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