En 1979 era impensable pedir justicia por las masacres franquistas. Pero algunos, no muchos, pedían al menos dignidad. No era fácil: la dignidad que pretendían exigía escarbar en un tiempo de secretos enterrados. Cuando se lograba una exhumación de víctimas del franquismo, por la obstinación o valentía o desesperación de un grupo de familiares, tocaba asumir consecuencias. Amenazas, represalias, demandas. Lo comprobó Benito Benítez Trinidad, el alcalde de esta historia.
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