El imperativo de nuestros días es claro: disfruta. Es una constante en la publicidad y virtualmente en cualquier espacio de la sociedad de consumo en la que vivimos. Disfrutar se ha vuelto sinónimo de bienestar, y si no disfrutamos, puede que necesitemos ir al psiquiatra, o, cuando menos, sentirnos miserables respecto a nuestra propia vida. ¿Pero qué pasa si no queremos ni disfrutar ni tener una vida plena, tranquila, con el afecto de algunas personas y seguridad en nuestra forma de vida?
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