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Los refugios inhabitables
Hay, en la calle Muralla 257 de la Habana Vieja, un aparcamiento de autos desvencijado. Dentro, debajo de un techo de zinc y madera, hay dos camas cubiertas con sábanas verdes. Un sillón blanco y un armario también blanco. Algunas cajas, algunos sacos, algunas bolsas con ropa. Una palangana con agua jabonosa. Sillas armadas a partir de otras sillas. Nada hay dispuesto. Cosas encima de otras cosas. Mugre que cubre la mugre.
Hay, al fondo de este cuadro, un hombre y una mujer. El hombre habla poco y rápido y lleva espejuelos y bigotes. La mujer es pequeña y no recuerda fechas ni detalles. El hombre anda con dificultad y desde los bolsillos de su pantalón asoman varias botellas plásticas que lleva consigo en caso de que aparezca café o refresco. La mujer es su madre. Todo lo anterior, debajo de ese techo, les pertenece
Hay, al fondo de este cuadro, un hombre y una mujer. El hombre habla poco y rápido y lleva espejuelos y bigotes. La mujer es pequeña y no recuerda fechas ni detalles. El hombre anda con dificultad y desde los bolsillos de su pantalón asoman varias botellas plásticas que lleva consigo en caso de que aparezca café o refresco. La mujer es su madre. Todo lo anterior, debajo de ese techo, les pertenece
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