Nunca sabremos la razón. California, a finales de los sesenta, se convirtió en la capital mundial en la proliferación de todo tipo de cultos y sectas, la mayoría surgidas a partir del sueño hippie, los veranos del amor y la psicodelia. Había algo que convirtió la zona y, especialmente Los Ángeles y San Francisco, en un lugar propicio para el misticismo. En el corazón de Los Ángeles, en el mismísimo Sunset Strip, epicentro para freaks, ocultistas y bandas de motoristas, apareció por aquellos años un extraño personaje conocido como el padre Yod.