Vivimos en paradojas. Por ejemplo, dedicamos grandes esfuerzos a dejar algo a nuestra descendencia cuando el mundo agoniza. Parecemos incompatibles con la idea de la finitud. Las noticias sobre la catástrofe climática nos recuerdan demasiado a las películas apocalípticas que nos han acostumbrado a ver gente corriendo por la calle delante de tornados. Cuando las imágenes de canguros en llamas son reales, vienen por la misma pantalla que las falsas y nos asombran como un efecto especial.