La literatura de guerra es, en esencia, antibelicista. No en vano, es testimonio del horror, la tragedia, el drama, la catástrofe. Huella indeleble en la memoria de la violencia sinsentido, la muerte innecesaria, la vida arrebatada. En tiempos de contienda como los actuales, es, además, refugio de evasión y victoria de la razón.