Que en las guerras medievales no se andaban con tonterías es algo de todos sabido, así como el amplio despliegue de ferocidad inusitada que tenía lugar cuando dos grupos más o menos numerosos de ciudadanos con diferentes opiniones se reunían para debatir sobre ellas. Colijo que en esos intensos debates tenía lugar una explosiva mezcla de testiculina mezclada a partes iguales con miedo, ira y odio, lo que daba lugar a un pertinaz deseo de convertir al enemigo en una pulpa sanguinolenta.