En la primera década del siglo XX, Thomas Sullivan, un comerciante de Nueva York, comenzó a enviar a su clientes pequeñas muestras del té en lata que vendía. Las muestras las metía dentro de unas bolsitas de seda, sencillamente como envoltorio. El comerciante esperaba que sus clientes, al recibir las muestras, actuaran de igual forma que cuando se preparaban una infusión usando el té de una lata: sacaran el té de su envoltorio y se prepararan la infusión. Pero como uno nunca puede saber qué va a hacer un cliente, Sullivan se encontró...