La última noche de su vida, Raymond Carver, enfermo terminal de un cáncer de pulmón que se le había extendido a la cabeza, vio una película en vídeo en el salón de su casa en Port Angeles, Washington. Después, le dio un largo beso de buenas noches a su esposa, se fue a dormir y ya no se despertó. Fue una despedida muy coherente con el estilo de un escritor que dedicó su carrera a encerrar dramas ancestrales y universales en entornos de cuatro paredes domésticos, cotidianos y muy reconocibles.