Este Asturias, construido a la par que otro Alcántara, navegaba a diésel y fue el transatlántico más grande del mundo hasta que el RMS Andes lo superó en 1939. De hecho, el orgullo del tamaño quedó apagado por la escasa velocidad que alcanzaba (16,5 nudos), que lo dejaba por debajo de las naves de la competencia, más pequeñas pero bastante más rápidas (hasta 20 nudos). La solución fue dotarlo -junto al Alcántara– de turbinas de vapor, cosa que quedó lista en 1935.