En 1918, el salmantino Emilio Bobo Gallego inscribió en el Registro de la Propiedad Industrial de Madrid su invención, que definía como “un nuevo procedimiento para conservar los productos cereales, leguminosas y semillas, principalmente, lentejas, algarrobas y guisantes, evitando que sean atacados por el gorgojo”, y que bautizó comercialmente con el nombre de "Bobolina". Los industriales chacineros pronto descubrieron que era un buen remedio para evitar la picadura de los insectos durante el curado de los jamones y empezaron a aplicarlo.