Cuando el señor Synowzik levantó la tapa de la alcantarilla, pudo respirar la libertad. De las cloacas emergieron él, su novia, su hijo Michael y un par de tenedores de langosta chapados en plata. Lógicamente, nada más poner un pie en Berlín Occidental, no pensaban degustar un crustáceo, pero sabían que su venta les podría proporcionar un dinero para comenzar una nueva vida en la República Federal de Alemania.