“La literatura escrita por mujeres está llena de habitaciones cerradas, porque tienen a la mujer feroz dentro”. Así lo asegura Belén García Abia en El cielo oblicuo (Errata Naturae), un libro que no es ni una novela ni un poemario, sino más bien una especie de grito directamente salido del cuerpo. No es la mano de una escritora lo que escribe, ni tampoco es su boca la que habla: son sus entrañas. O para ser más exactos: es su vagina, o quizá su útero, o quizá, también, su enorme pero cansado corazón.