A esta anarquista rusa, de origen judío lituana, se le atribuye esta frase que ha recorrido un largo camino y ha sido tomada por los feminismos internacionalistas, que luchan por las libertades colectivas, uniendo compromiso, alegría, política, deseos y felicidad. Estuvo exiliada en EEUU, luchando contra las opresiones de clases, razas, género; defensora del amor libre como acto de desobediencia a la monogamia y a la exclusividad afectiva, fue coherente y vivió en la mayor libertad en un contexto de grandes cambios.