Nuevos capítulos de un relato en el que va condensado el amor por las novelas y películas de aventuras clásicas (La Isla del Tesoro, Indiana Jones…) y el horror cósmico que surgió del cerebro de H. P. Lovecraft.
Nueva York, 1922. Apago el cigarrillo en un cenicero ya rebosante de colillas y me recuesto en mi silla. Con los ojos entrecerrados, dejo que el repicar de la lluvia en el exterior y el tintineo del hielo en mi vaso me arrullen...