Esa maquinita, la de juzgar a los demás, la de juzgar a esos a quienes llamamos: los otros, ellos, esos, la gente, esa gente, etc. Tendríamos que apagarla alguna vez; siquiera por un rato, e ir aprendiendo paulatinamente a mantenerla apagada cada vez por más tiempo, hasta que su ruido constante se nos haga molesto y sepamos vivir sin ella.