Lejos de poder controlarse, cuando las entrañas comienzan a carburar, la evasión es irrefrenable. El pedo transeúnte, por oposición al domiciliario, es una forma pagana de pecar. Pero ello no implica que todos podamos ser santos. Los códigos estéticos y morales, como los programas electorales, están para ser incumplidos. De hecho, si lo analizamos con seriedad, tirarse un pedo en público es en realidad una cuestión de libertad de expresión.