Irse debía ser como morir un poco. Dejar atrás la familia, la casa, el pueblo. Pensar un día en volver. Cerrar las maletas. Dar un beso a la madre y subir al tren, viajar en el Catalán. Partir en busca de un futuro mejor. Como sucede ahora, había entonces una razón básica para marcharse: el trabajo, el porvenir, las oportunidades. Cataluña fue, en la década de los cincuenta, los sesenta y los setenta, la 'tierra prometida' para miles de andaluces.