La nutrición evolutiva es el mejor punto de partida para acercarnos a nuestra alimentación ideal, pero no tiene por qué ser el punto final y, sobre todo, no debe convertirse en un modelo incuestionable. Nadie está bien adaptado a una dieta industrial, pero los descendientes de europeos tenemos por ejemplo mayor tolerancia a los alimentos del Neolítico. Tampoco debemos considerar únicamente la evolución de nuestro genoma humano, también del bacteriano. Aunque nuestros genes apenas han cambiado, pequeñas variaciones pueden tener grandes impactos.