La expresión se remonta al reinado de Juana la Loca y Felipe el Hermoso en la Castilla de finales del siglo XV. Como es sabido, Felipe I era un gran mujeriego, algo que su mujer, obviamente, no podía soportar. En aquella época la corte contaba con una gran presencia de conquenses, y algunas de las amantes del rey eran de pueblos limítrofes a esa ciudad, por lo que Felipe I ideó una excusa perfecta para no levantar las sospechas de su mujer.