Todo empezó un viernes, después de ver la película Frozen por quinta vez, cuando mi hijo de 2 años y medio volteó y me dijo: “Mamá, quiero el vestido de Anna”. Supuse que estaba confundido. “Mi amor, tú quieres el traje de Kristoff, no el vestido.” Enojado contestó en su imperfecto español “no mamá, quiero el de la princesa Anna de Frozen.” Al instante y sin titubear caí en la típica respuesta, “No se puede, tú eres hombre, Jorgito, los vestidos de princesas son para las mujeres”.