Nabokov no era un pervertido. Tan solo usó su genio creativo para explorar sin complejos las posibilidades estéticas que le brindaban unos personajes en una relación harto inusual, asimismo chocante: el amor obsesivo de un profesor de literatura maduro, culto, aquejado de las secuelas psicológicas de un amor fatídico e inconcluso de su juventud, por una nínfula de doce años. Pero, ay, ahí está el problema: hoy en día nos vemos en la incómoda tesitura de tener que justificar circunstancias que hasta no hace mucho eran del todo obvias…