Por militar en partidos de izquierda, ser republicano, estar afiliado a un sindicato, por pertenecer a la masonería, profesar otra fe fuera del catolicismo, por ser divorciado, por tener amigos sospechosos o por haber testificado en ese sentido un cura o persona de orden, el maestro más querido o el catedrático más ilustre estaba condenado a dejar la tarima, como mínimo.