"El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando a pastar la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer". Esto, que puede parecer el comienzo de un relato del más puro realismo mágico, es verdad de la buena, y la pronunció un Nobel, José Saramago, en su discurso de aceptación, en 1998.