El problema con la nostalgia es —en esencia— el mismo que quedarse embobado mirando un tornado de clase 5, obnubilado por su indudable belleza, pensando en sus fascinantes espirales. Al final uno puede encontrarse haciendo compañía a Dorothy en Oz, o simplemente desarmado en una cuneta, con los tobillos pegados a las muñecas. La nostalgia es una fuerza destructora de primer nivel, ya que aquello que revivimos como si fuera una ensoñación jamás encuentra una equivalencia en la realidad, por deslumbrante que esta sea.