El capitalismo, en sí, no es un pollo sin cabeza, mal que nos pese, no es un ente carente de conocimiento. Aunque el contenido y desarrollo de éste resulte perverso en todas sus formas, no carece de él. Se encarniza, haciendo perder fuelle a las contradicciones que se suceden en la contienda de la lucha de clases. Es por eso, que parece ser que precisa de una receta que contribuya a dicho objetivo, el cual persigue atendiendo a un infame procedimiento: inoculando la indiferencia en nuestra clase.