Los molinos ocuparon lugar al lado de los numerosos riachuelos que discurrían por la montaña leonesa, convirtiéndose en lugar de paso obligado, siendo lugares de reunión de jóvenes y viejos de las aldeas próximas, donde se crearon leyendas y canciones de ronda, requiebros de amor, desenvueltas letrillas («No quiere mi madre —que vaya al molino, —porque el molinero —me rompe el vestido…»).