Según la ordenanza municipal todos los dueños de perros tenían la obligación de recoger sus excrementos en las zonas públicas dentro del perímetro municipal.
Aquella mañana el Sol brillaba e invitaba al paseo. Juan puso la correa a Babe, y bajaron hasta el portal. Cruzaron la calle y se dirigieron hacia el centro. Era jueves y había mercadillo.
Al poco de llegar a los primeros puestos del mercadillo Babe se paró, y allí en medio hizo sus necesidades.
Todo empezó con un murmullo que no tardó en volverse tumulto, hasta que apareció el policía municipal.
- Le voy a tener que poner una multa de 500€ por no recoger los excrementos.
- ¿En base a qué? - Contestó – La ordenanza es sólo para los dueños de perros y Babe – dijo mirándolo - es un cerdo.
- La ordenanza se ha hecho con los perros porque el 99% de los animales que se pasean son perros.
- Y no se lo discuto, y entiendo que sus excrementos pueden ser tan molestos -o más- que los de un perro, pero no hubiera costado nada hacerla para mascotas y no crear una ordenanza para una especie. Podría esgrimir que los perros han estado cagando en las calles durante siglos, y los cerdos domésticos son una minoría reciente, que ha estado oprimida en granjas y que tiene derecho a una mayor libertad.
La multitud se dispersó, y el policía guardó su bloc de multas para seguir con su ronda.
Al día siguiente devolvió a Babe a la granja. Ya había demostrado lo que quería, aunque seguramente el ayuntamiento no cambiaría la ordenanza.